Fragmento tomado de Tierra II, libro de Ricardo González Corpancho.
Ediciones Luciérnaga, Grupo Planeta España.
Arriba, escena de Lost in space. (Credit: Netflix, 2018).
Tal vez el lector habrá visto la serie Lost in space (Perdidos en el espacio), una aventura cósmica ideada por Irwin Allen y emitida originalmente en la televisión, en 1965, por la cadena Fox. El argumento es como mínimo sugerente: la Tierra se halla en crisis, con superpoblación y graves problemas de acceso a sus recursos naturales, lo que empuja a la humanidad a buscar otros horizontes más allá del sistema solar. El lugar seleccionado, cómo no, fue Alfa Centauri. La célebre familia Robinson será parte de los elegidos que colonizarán esa región estelar a bordo de la nave Júpiter 2, pero en el camino tendrán dificultades que los alejarán de su objetivo inicial y quedarán varados en el espacio. La serie ha sido recientemente resucitada con una nueva versión en Netflix (2018). En el final de su segunda temporada —disculpe el lector el pequeño spoiler— veremos una escena con niños astronautas, tomados de la mano y capitaneados por Judy Robinson, de diecinueve años, mientras se dirigen hacia Alfa Centauri a bordo de la citada Júpiter 2.
Considero que no siempre las series y películas de ciencia ficción son solo manifestaciones de la imaginación y la creatividad humanas. Podrían contener, aunque suene alucinante decirlo, verdaderos recuerdos del futuro, aunque los guionistas, productores y directores no sean conscientes de la procedencia de las ideas que los inspiraron. Y también suele suceder que descubrimientos y teorías científicas sean la base de un filme realista para ver cómo impacta su conocimiento en el público.
Ahora mismo viene a mi cabeza la fabulosa Interstellar (2014), del reconocido director británico Christopher Nolan, una película que se adentra en los misterios de los agujeros negros. Nuevamente la humanidad se halla en crisis en la Tierra, con graves problemas en la agricultura por la destrucción de las cosechas, lo que obliga a los científicos a buscar una vía de supervivencia en el espacio. Sin entrar en mayores detalles para evitar arruinar la película al lector que aún no la haya visto —la recomiendo—, solo diré que la nave humana, la Endurance (Resistencia), emplea un agujero negro como puerta de acceso hacia una galaxia distante que reúne planetas aptos para la vida. Pero esta nave de estudio, por si algo fallase en su retorno, llevaba consigo 5.000 embriones congelados, así aseguraría la continuidad de la especie humana en otros astros. Aunque el filme no se refiere específicamente a Alfa Centauri, sí es de remarcar lo que ocurre con el capitán de la nave, Joseph Cooper, un ingeniero y expiloto de la NASA que fue reclutado para la sacrificada misión. Cooper recuerda lo que pudo haber sucedido con los niños de Chajnantor en esos otros mundos, o con sus descendientes, al intentar comunicarse con otras líneas de tiempo en la Tierra para dejar un mensaje... A propósito, otro guiño de la película es el uso de la figura del cubo-teseracto, objeto que hemos reportado en experiencias de contacto con los apunianos desde el año 2001. Es conveniente recordar que ese elemento, el ya mencionado hipercubo, es definido por Ivika como una «nave del tiempo», un contenedor del Minius.
Kip Thorne, el premiado astrofísico estadounidense que asesoró a Nolan para su prodigiosa película, sostuvo en múltiples entrevistas que mucho de lo que muestra Interstellar es científicamente posible, aunque de momento indemostrable, como el paso a través de agujeros de gusano y la interacción con dimensiones exóticas y universos paralelos. Un tema que ha generado gran discusión entre los científicos. El famoso astrónomo Neil de Grasse Tyson, en un vídeo sobre la ciencia de Interstellar, lo resumió así:
En nuestra experiencia cotidiana, tenemos acceso a las tres dimensiones espaciales, en las que nos movemos libremente (adelante, atrás, arriba, abajo...), mientras que en la cuarta dimensión del tiempo somos prisioneros del presente: no podemos avanzar hacia el futuro ni retroceder hacia el pasado. Sin embargo, teóricamente podría existir una quinta dimensión en la que toda nuestra vida se desplegaría ante nosotros de la misma manera que las tres dimensiones del espacio a las que estamos acostumbrados. En esa quinta dimensión no tiene sentido preguntar «¿cuándo nací?» o «¿cuándo morí?», porque, de hecho, siempre estás naciendo y siempre te estás muriendo. Toda tu vida está ocurriendo a la vez y puedes tener acceso a cualquier momento e incluso intentar cambiar los acontecimientos (Businnes Insider, 2014).
«E incluso intentar cambiar los acontecimientos...»
Esta posibilidad no me hace pensar en otra cosa que en las afirmaciones de Ivika sobre las líneas de tiempo...
Tierra II está disponible en Kindle y en formato físico en Amazon: https://www.amazon.com/-/es/Ricardo-González-Corpancho/dp/8418015691