Fragmento tomado de "Lugares de contacto", Ediciones Luciérnaga, Grupo Planeta España.
Vuelvo a citar, inevitablemente, a Ruzo, porque Marcahuasi tiene su “hermana espiritual” en México: se trata de otro lugar de contacto que guarda una intrigante semejanza con el “altar de los dioses” peruano. Ambas montañas, pues, están unidas por el misterio. Y Ruzo lo supo ver al recorrer el valle sagrado de Tepoztlán, un paraje encantado que se emplaza en el norte del estado de Morelos, a unos ochenta kilómetros de la Ciudad de México.
Como parte del ritual me hallaba ascendiendo una de sus montañas, el Tepozteco, en cuya altura, a unos dos mil trescientos metros sobre el nivel del mar, se alza una pirámide. Según los estudios arqueológicos esta edificación formó parte de un pequeño conjunto arquitectónico construido durante el gobierno del tlatoani Ahuízotl de Tenochtitlan. En ese lugar, se afirma, se rendía culto a las antiguas deidades guerreras mexicas. El Tepozteco era un excelente punto de observación del valle y, además, un espacio de contacto con el cielo. Con los “dioses”.
De acuerdo a la tradición oral, el “guardián” de esta montaña, Tepoztécatl, nació de una princesa, cuyo embarazo fue producto del amor del dios del viento Ehécatl. Entonces, los padres de la princesa, presos de ira, la obligaron a deshacerse del niño, quien fue abandonado en un hormiguero. Sin embargo, las hormigas no devoraron al niño y más bien lo alimentaron con gotas de miel. Era una “señal” de las deidades. Luego el pequeño será dejado en un maguey, que lo abrazará con sus pencas, lo alimentará con aguamiel y finalmente lo entregará a la corriente del río de Atongo en una caja de madera. De ahí lo recogió una pareja de ancianos que lo adoptaron y criaron. Años después, en Xochicalco, siendo Tepoztécatl un hombre, derrotará al monstruo Xochicoátl. Había cumplido su misión. Para muchos Tepoztécatl es el dios protector de Tepoztlán.
El ascenso a la pirámide es empinado. He visto a mucha gente abandonar el sendero a mitad de camino. Pero quienes logran continuar, tienen un regalo: la vista que entrega la cumbre. Ciertamente es un punto estratégico de observación. “La pirámide fue construida aquí, en la cumbre, para señalar que este cerro es sagrado”, me apuntaron los lugareños. No me sorprendieron. Ya he dicho que los espacios sagrados son marcados de múltiples formas. El asunto está en comprender qué los hace especiales…
He visitado muchas veces México y puedo decir sin titubeos que este maravilloso país tiene suficientes enigmas como para escribir una enciclopedia. Atesora un sinfín de lugares de poder que cortan el aliento, como “la zona del silencio” ⎯un inmenso desierto situado entre los estados de Durango, Coahuila y Chihuahua, famoso por sus extrañas anomalías magnéticas⎯, el valle de las “Siete Luminarias” ⎯un racimo de volcanes emplazado en el estado de Guanajuato, cuya disposición en terreno recuerda a la constelación de la Osa Mayor⎯, y amén de sus centros arqueológicos, que habrían sido erguidos en donde las líneas de fuerza del planeta confluyen. He soñado despierto en Chichen Itzá, me he maravillado en Palenque y he vuelto a renacer en Teotihuacán, entre otros muchos templos que recorrí en esas tierras mágicas, en donde, como dice la leyenda, los hombres se transforman en dioses. Siguiendo este hilo sagrado llegué a Tepoztlán.
Ricardo González en las montañas de Tepoztlán-Amatlán, un impresionante lugar de contacto en México.